lunes, 23 de enero de 2012


A José Manuel

Hoy,
después de muchos años
renaces, hijo mío,
como aquel niño entre mis brazos.
Para mis ojos,
sigues siendo aquella carita dulce
que temblaba de miedo
y a quien apretujaba contra mi pecho.
Aquella vez, sin saberlo,
la vida nos puso a prueba
y vos y yo, dos ángeles del amor eterno
salimos volando hacia nuestros sueños.
Lo reconozco, sabiamente,
con la lucidez que me da el tiempo,
que ya eres un hombre,
un hombre noble y derecho.
Querido hijo:
sólo quiero delegarte mis alas para seguir el camino
para seguir la lucha de avanzar
hacia las estrellas de tu destino.
No olvides jamás
que este amor que siento,
tan profundo e incomparable
me ha permitido desprenderme de todo egoísmo.
No te retuve, ni te retengo.
Eres libre, tienes la misma libertad que yo poseo.
Busca, persigue, cuestiona,
bébete a borbotones el viento.
Entonces sabrás, mi amor,
que la vida es tu duende,
que eres un milagro
que en ella estás y nada te detiene.
Sueña, lucha, ama,
sobrevuela tus anhelos.
No te canses de preguntar por qué,
cómo, cuándo:
la gran maestra te dará la sabiduría
para fortalecer y construir tu propio cielo.
Mientras tanto, tu madre
sigue acunándote como antaño.
Abrazándote, estrechando tus ojos,
los rayitos de ternura que hay en ellos
y contándote al oído los secretos que guardo,
para dártelos cuando los necesites, en cualquier momento,
en la distancia pero siempre a tu lado.

A Gabriel

Hijo:
Aquel día de junio, en pleno invierno
Dios me dio tu vida
para demostrarme su grandeza.
Y como en marzo, un año antes
mi corazón se abrió de nuevo
como una flor, a tu encuentro.
Tus manitos chiquitas se tomaron de las mías
para que te enseñe todo lo que supiese
sobre el amor más grande que se puede.
Creciste fuerte y hermoso.
Eras un niño travieso y muy despierto.
Todo cuestionabas, todo querías saber.
Curioso niño de junio,
mi hijo querido, mi Gabriel.
Cuando la vida esté al borde de un colapso,
no le niegues tu esfuerzo.
No tengas miedo y abre tus brazos
para desafiar todos los duelos.
Nunca dudes del amor materno.
aunque hayan pausas y lamentos,
nada hay más perdurable
y sincero.
Quisiera, hijo querido,
que nunca dudes de las guerras
a las que la vida te enfrenta.
Prueba y error son del hombre
la respuesta.
Y cuando algún dolor te cierre el pecho de hombre,
míralo con la ingenuidad
y la simpleza de los ojos de niño;
porque no hay mirada más entera
que aquella que se mira sin malicia y sin miedo.
Y sobre todo, mi hijo,
(más mío que nunca y más mío siempre),
Nunca te olvides,
(aunque tu corazón se rompa en pedazos
levántate y sigue).
Aunque intenten el olvido,
aunque te hieran o castiguen,
que no es grande aquel que no falla
sino el que nunca se da por vencido.

A Yamila

Junto entre mis manos
un racimo de margaritas blancas,
las deshojo en perlas traslúcidas como tus ojos
para guardar en mis recuerdos tu mirada.
Toco con mis dedos tu carita bella,
enmarcada en un retrato que guardo.
Allí estás, furtiva pasajera de mis sueños,
estrella que titila en medio las luces
que desmenuza el sol de tu sonrisa.
Milagro de abril, milagro de mi alegría,
milagro de la dulzura: Yamila.
En estas palabras tercas de cariño,
absolutas de amor incondicional,
quiero decirte con esta bandera transparente,
pintada con acuarelas y caramelos,
que desde lo profundo de mi historia
ondeo el orgullo de que seas mi hija.
Ato de nuevo tu pelo,
con mil ondas de uvas y rocío,
vuelvo a traerte a mi nido,
lúbrico e infinito,
donde tu corazón se adhería, rojo y chiquito,
frenético de savia al mío.
Mujer de juventud resonante,
encumbrada espiga, fuego incesante y tierno.
En mi vasija aún contengo,
tus manitos largas y extendidas,
tus aleteos de niña,
en la estación de mi cuerpo.
Toma de nuevo mis espacios
y lléname el vientre con tu esplendor dorado
recógeme en la lunas que moldearon
la redondez de tu casa y de tu lecho,
y déjame que una vez más,
te abrace y te envuelva de caricias,
vinculando aquel pretérito
con risas, travesuras, juegos
y la sublime sensación de un líquido concierto.
Milagro de abril,
efímera viajera de mi sendero,
hazte semilla cándida por un momento
y lléname de tu inocencia
hasta que de nuevo el tiempo
me recuerde que en ti misma has pedido refugio.
Milagro de abril,
asila tus colores en la armonía de mi regazo,
huye cuando quieras,
y cobíjate en el temblor de mi vientre
que aún te guarda, fresco y cándido,
en el relicario de mi amor, insustituible y cierto.

Mamá
Ctes, Ctes, Argentina, 24 de enero de 2012.